CURIOSIDADES BÉLICAS: Argonne 1918. Más allá del mito de una lucha infernal (2 de 2).

 

Curiosidades bélicas: Argonne 1918. Más allá del mito de una lucha infernal

 

Whittlesey, al igual que otros oficiales de su unidad, porta una Colt M1911. Esta pistola es una arma semiautomática alimentada por cartuchos del potente calibre .45 ACP. Su cargador alberga siete dispuestos en hilera. Con el enemigo al acecho por todas partes, el propio comandante bendice en silencio al diseñador de armas John M. Browning, quien desde comienzos del siglo XX comenzó a ingeniar una pistola fiable y duradera, nada que ver con el viejo revólver Colt M1892, cuyas deficiencias quedaron patentes en la lucha que Estados Unidos y Filipinas mantuvieron allende los mares. La M1911 es harina de otro costal. Es una pistola fiable, de plenas garantías para su usuario, pues en este tipo de guerra que a veces se libra cuerpo a cuerpo, un fallo puede resultar fatal.

La M1911 que acaricia, revisa y limpia para hacer tiempo hasta el próximo ataque lanzado por los alemanes, es el arma de dotación adoptada por el Ejército de los Estados Unidos en Marzo de 1911. Esta pistola recibió la denominación de “Colt Caliber .45 Automatic Pistol - Model of 1911”. El recorrido de la Colt ha sido tortuoso, pero firme, hasta llegar a ser el arma en cuyo diseño albergan sus anhelos de supervivencia tanto el propio Whittlesey como los oficiales y suboficiales que le acompañan.

Anuncio promocional de la Colt M1911 en la revista Munsey’s Magazine.

 

El rumor de la batalla se acerca. Es inevitable la nueva acometida alemana. Tras comprobar que el cargador está completo, lo inserta en el interior del Colt y lo deja montado. Respira profundamente y espera. Afianzado con fuerza en la mano, el doble seguro de la Colt garantiza que no se produzcan disparos accidentales entre quienes le acompañan. Hay demasiadas manos temblorosas. No es para menos. Ya se escuchan las pisadas de los soldados alemanes. Se aproximan entre la floresta como sombras fantasmales.

En esta nueva acción defensiva que encabeza el propio comandante Whittlesey decide actuar por sorpresa. Va a dejar que el enemigo se acerque hasta el alcance efectivo de su pistola, unos 40 – 50 metros de distancia. Una vez las tropas alemanas entren dentro del rango de tiro, todos sus hombres dispararán al unísono para desatar una tormenta de fuego sobre los atacantes. Fusiles, ametralladoras, granadas de mano y pistolas están preparadas.

¡Los germanos rebasan la línea imaginaria que delimita el campo de muerte! ¡Se escucha la orden de fuego a discreción! Como otras tantas, la Colt M1911 de Whittlesey comienza a escupir plomo sin otorgar concesión alguna a un enemigo cogido por sorpresa. Las líneas grisáceas conformadas por los alemanes comienzan a desdibujarse. Hay cuerpos que caen de bruces horadados por las balas. Otros optan por arrojarse al suelo para garantizarse una mínima oportunidad de salir de allí con vida. El sonido de las detonaciones resulta ensordecedor. El comandante aprieta el gatillo una y otra vez para derribar siluetas que se aproximan con la bayoneta calada en sus fusiles. Consume cargadores a ritmo frenético. Los cartuchos se agotan peligrosamente, pero el enemigo, obstinado, no hace amago de recular. También ellos disparan sus armas y lanzan granadas para intentar penetrar en el perímetro configurado por los norteamericanos. Estos últimos, viéndose a punto de ser superados, se alientan unos a otros al tiempo que se preparan para el combate cuerpo a cuerpo.

 

Colt M1911.

 

Bayonetas, palas y otros instrumentos contundentes se suman a las pistolas, como la Colt M1911 que maneja con destreza Whittlesey, para entablar una lucha primitiva e inhumana. Las armas blancas rasgan la carne, la atraviesan o la trituran. Por su parte, las M1911 de los oficiales y suboficiales vomitan plomo a bocajarro contra un enemigo que se les echa literalmente encima. Gracias al poder de parada del calibre .45 ACP que emplea la munición de las pistolas de los norteamericanos, los disparos que aciertan de lleno a los soldados alemanes son capaces de detener casi en seco sus pasos. Con el transcurso del tiempo, la refriega se desvanece, pierde intensidad, y los alemanes, una vez más, deben emprender la retirada, pues su ataque ha resultado infructuoso.

Whittlesey, al igual que otros portadores de la Colt M1911, se agazapa en su puesto de tirador para recobrar el aliento tras la escabechina. Pronto cae en la cuenta de que su munición está bajo mínimos, también la de sus hombres. Las líneas de suministros están cortadas y, dadas las circunstancias, no hay previsión de recibir ayuda. A partir de ahora, cada disparo habrá que racionarlo con sangre fría. Por suerte, el arma que maneja el comandante es fiable, parece resistirlo todo. Suspira aliviado al comprobar el estado de su pistola tras el furioso combate. De nuevo, se muestra ante sus ojos dispuesta para entrar en acción cuando así lo demande su propietario.

 

Demostración del uso de una Colt M1911.

 

Prosigue la lucha el 3 de Octubre de 1918.

 

Explosiones por doquier. Su brillo es cegador. El fuego que emerge de los cráteres ocasionados por las detonaciones ilumina el bosque y achicharra todo a su alrededor. Varios hombres salen despedidos por los aires. Algunos tienen la suerte de morir en el acto. Otros, con menor fortuna, caen heridos de muerte rodeados por espantosos charcos de sangre. Hombres mutilados, agonizantes, solicitan la ayuda sanitaria que jamás parece llegar. Imposible poder salvar la vida de un hombre en semejante situación. Aquellos obuses que estallan en lo alto de las copas, o a media altura, lanzan mortíferas granizadas de astillas. Los norteamericanos, pegados al terreno como lapas, no tienen oportunidad de asomar por encima de sus pozos de tirador.

 

Varios soldados yacen en el campo de batalla.

 

Aquellos que resisten la lluvia de muerte en sus trincheras atestiguan con ojos rebosantes de lágrimas los efectos letales de las andanadas germanas. Soldados arrodillados entre los árboles, ajenos a todo cuanto les rodea, diríase que indiferentes, rezan a Dios para que los saque de aquel infierno. Otros se zarandean de un lado a otro en busca de un lugar donde cubrirse, pero resulta en vano, pues no tardan en sucumbir bajo las granadas alemanas. Hombres que hace unos instantes corrían hacia alguna parte, segundos después desaparecen en medio de una nube rojiza. Sí, aquella masa difusa que flota en el aire era un soldado. Hay quienes, con los brazos haciendo fuerte presión sobre el abdomen, intentan evitar que su masa intestinal se desparrame por el suelo. Los que peor estado presentan, despedazados sobre el terreno, suplican la presencia de un sacerdote, de una madre o un camarada que les de consuelo en sus últimos momentos. La muerte, durante horas, prosigue con su macabra labor…

Con las últimas horas de luz del día llega, de nuevo, el imperio de la tensa calma. Atacantes y defensores cuentan sus bajas por decenas.

 

Una heroína alada.

 

Durante las primeras horas del 4 de Octubre, Whittlesey desconoce si sus “corredores” habrán conseguido atravesar las líneas enemigas para, de ese modo, transmitir las órdenes al puesto de mando norteamericano. Tampoco sabe si las palomas mensajeras han cumplido con su arriesgada labor. Todas las enviadas con anterioridad han sido abatidas por los certeros soldados alemanes. Estos últimos saben que si un animal es capaz de remontar el vuelo y llegar al cuartel general, su situación puede tornarse complicada de un momento a otro. Tampoco hay piedad con ellas.

 

Soldados aliados liberan una paloma mensajera.

 

En medio de los disparos y las explosiones de artillería, Whittlesey resuelve enviar un mensaje al cuartel general de la división, emplazado a varios kilómetros de su posición (según algunas fuentes consultadas, a unos 40 kilómetros). Visto que enviar soldados ha resultado inefectivo, el oficial decide emplear la última paloma mensajera que le resta con vida.

La mala fortuna se ha cebado con las anteriores, pues ninguna ha conseguido llevar los mensajes a retaguardia. Todas y cada una de ellas han sucumbido al poco de emprender el vuelo.

Whittlesey posa sus ojos demacrados en una paloma de aspecto saludable que le muestra uno de sus subordinados. Se trata de “Cher Ami” (traducido del francés, “querido amigo”), un ave menuda de aspecto saludable pese a lo soportado por hombres y animales a lo largo de aquellas largas horas de lucha. En una de sus patas lleva aferrado un pequeño tubo donde el oficial inserta un mensaje. En el papel acaba de detallar su posición y solicita que su propia artillería deje de castigarles. Fruto de la confusión, los americanos creen que sus camaradas de artillería les están disparando a ellos mismos. Aunque, dada su desesperada situación, podría tratarse de la alemana, que desde el comienzo ha arrasado con su sector. Por si acaso, Whittlesey encomienda la arriesgada labor a “Cher Ami”, en quien confía tanto él como todos sus hombres.

 

Paloma mensajera con el contenedor de mensajes fijado a una pata.

 

A partir de que su cuidador la deja libre para volar, comienzan varias teorías que envuelven de misterio la hazaña de “Cher Ami”. Hay quienes aseguran que una explosión, justo en el momento de su liberación, mató a varios hombres que la custodiaban y ella, de milagro, pudo emprender el vuelo pese a estar herida y aturdida. Otros proponen que el animal fue herido en pleno vuelo en varias ocasiones. Pero, lo que realmente resulta asombroso es que, pese a sus terribles heridas, “Cher Ami” llegó al puesto de mando de la división y, como se esperaba de ella, entregó el mensaje.

Allí, ya a salvo en las líneas propias, el encargado de sanar a la paloma descubrió que presentaba heridas de diversa consideración. Su pecho había sido alcanzado por una bala alemana, pero también estaba ciega de un ojo, e incluso una de sus patas apenas sí se sostenía en su sitio, pues colgaba del tendón. ¿Cómo logró aquel animal cumplir con su misión pese a la gravedad de sus heridas? Es algo que aún despierta mi admiración.

 

Paloma mensajera disecada… ¿Podría tratarse de ”Cher Ami”?

 

Los últimos días del cerco.

 

El propio día 4, así como las sucesivas jornadas, adquirió tintes dramáticos. Los germanos asaltan el perímetro norteamericano una y otra vez. Pese a experimentar elevadas pérdidas, no cejan en su empeño. Quieren derrotar a un enemigo enconado, que no flirtea con la idea de la rendición pese a que los hombres de Whittlesey carecen de víveres y la munición escasea de un modo alarmante. Incluso el personal sanitario, sin apenas material con el que poder trabajar, se ve obligado a retirar los apósitos y vendajes de los muertos para cubrir las heridas de quienes aún viven.

Agua. Muy necesaria. Quienes enloquecen por su falta corren hacia los arroyos que surcan el bosque. No se dan cuenta de su fatal error, pues tras dar los primeros sorbos perecen en la orilla. Los francotiradores alemanes no desperdician la oportunidad. Solamente algunos logran esquivar la muerte por milímetros y regresan a las posiciones ocupadas por sus camaradas para iluminar decenas de miradas con algo que anhelan con todas sus fuerzas. Agua fresca. Agua que ha costado sangre, así que toca racionarla con austeridad.

 

Tropas de asalto alemanas.

 

Pese a las privaciones, las elevadas bajas, la falta de víveres y munición, además de los constantes ataques de las tropas alemanas, los norteamericanos aguantan firmes. Conscientes de la tensa situación que atraviesan sus enemigos, los germanos deciden enviar una reducida delegación para proponer la rendición de las unidades comandadas por Whittlesey. El comandante, como era de esperar, no aceptó la propuesta pese a la tesitura en la que él y sus hombres se hallaban inmersos.

A lo largo de las siguientes jornadas, el Alto Mando americano por fin se percató de la crítica situación de Whittlesey y su unidad. Para ello se reforzaron los sectores aledaños al embolsamiento y, desde allí, se lanzaron ataques con la finalidad de enlazar con el perímetro defensivo donde se encontraba el comandante. De ese modo, tal vez, podría existir la posibilidad de liberar a sus hermanos de armas.

Pero, por su parte, los alemanes tampoco se quedaron de brazos cruzados. Sabían que había llegado la hora de dar el golpe de gracia a los norteamericanos, costase lo que costase. Para ello incluso llegaron a reunir unidades de tropas de asalto, las temibles “Stoßtruppen” (también denominadas “Sturmtruppen”).

 

Stoßtruppen en acción.

 

Los combates sucesivos en el interior del bosque llegaron a unos niveles de brutalidad jamás vistos durante los días previos. El empleo de lanzallamas por parte de los germanos incrementó la crudeza de la lucha. Incontables lenguas de fuego lamían árboles y cuerpos hasta dejarlos consumidos por completo. Vegetación y hombres quedaron reducidos a negruzcas masas informes, humeantes, incapaces de ser reconocidos por quienes, pocos instantes atrás, habían combatido junto a ellos.

 

Un rayo de esperanza que condujo hacia la liberación.

 

Casi llegado el día 8 de Octubre de 1918, el comandante Whittlesey decidió jugarse todo a una carta. Consciente que la resistencia que ofrecían sus hombres, y él mismo, estaba a punto de resquebrajarse, ordenó que un mensajero estableciese contacto con alguna de las unidades que la 77ª División de Infantería había desplegado alrededor de aquel sector del bosque de Argonne.

Un único soldado, Abraham Krotoshinsky, de ascendentes polacos emigrados a Estados Unidos, recibió la orden de escabullirse del cerco a cualquier precio. No quisiera imaginarme en su pellejo ahora mismo. La presión que debió sentir en aquellos dramáticos momentos  podría hacer estremecer al más experimentado soldado. Sobre sus hombros reposaba una gran responsabilidad… La responsabilidad de salvar a todos sus hermanos de armas y la memoria de quienes habían caído en combate a lo largo de fieras jornadas de lucha contra los alemanes.

 

El soldado Abraham Krotoshinsky.

 

El episodio de su biografía que trata esta proeza resulta sobrecogedor. Hubo de recorrer el bosque en solitario, derrochando valentía, agilidad e inteligencia, pues los alemanes tenían copado por todas partes al cada vez más reducido contingente norteamericano. Tras una serie de carreras y momentos de tensión entre la vegetación, donde hubo de hacerse el muerto en alguna que otra ocasión para evitar las patrullas germanas, por fin consiguió evadirse de aquel infierno. Gracias a su astucia y bizarría, el joven soldado logró contactar con otras unidades de la 77ª División de Infantería. ¡Qué alegría y alivio debió sentir en el momento en el que enlazó con sus compatriotas!

El día 8 de Octubre, gracias a las labores de guía de Krotoshinsky, un nutrido contingente de norteamericanos logró alcanzar el embolsamiento, donde Whittlesey y sus hombres suspiraron tras padecer enormes penalidades.

En jornadas sucesivas, en los alrededores de Argonne, pese a requerir terribles esfuerzos, el resto de divisiones, francesas y norteamericanas, lograron desplazar la línea del frente hacia el este. Los ejércitos del Káiser, poco a poco, hubieron de recular kilómetros camino de Alemania para evitar ser embolsados y destruidos.

 

Un legado histórico.

 

Puede decirse que la gesta protagonizada por Whittlesey y sus hombres fue una piedra en el zapato de los alemanes desplegados en el área de Argonne. Pero más allá de esa enconada resistencia que ofrecieron, este episodio histórico nos deja tras de sí numerosas lecciones.

Me quedo, sin duda, con las palabras del general Robert Alexander, quien dejó escrito en 1919 lo siguiente para hacer referencia a lo sucedido en el bosque de Argonne:

“Estos efectivos (en alusión a las compañías que participaron en la lucha), aglutinaron una fuerza de unos 550 hombres bajo el mando del Comandante Charles W. Whittlesey, quienes fueron separados de los restos de la 77ª División de Infantería y fueron rodeados por un número muy superior de enemigos cerca de Charlevaux, en el bosque de Argonne, desde la mañana del 3 de Octubre de 1918 hasta la noche del 7 de Octubre de 1918.

Sin comida durante un periodo superior a cien horas, hostigados continuamente por fuego de ametralladoras, fusilería, morteros y granadas, la dirección del Comandante Whittlesey, con un espíritu impávido y un coraje glorioso, encaró y rechazó con éxito los violentos ataques del enemigo. Aguantaron la posición alcanzada a base de grandes esfuerzos, con órdenes recibidas para proceder al avance, hasta que la comunicación fue reestablecida con nuestras tropas.

Cuando finalmente se produjo la liberación, aproximadamente 194 hombres (oficiales, suboficiales y tropa) resultaron aptos para abandonar a pie la posición. Los muertos se contabilizaron en 107 (no cita el número de heridos, desaparecidos y prisioneros, pero por descarte se puede obtener la escalofriante cifra).

En el cuarto día (de asedio) le llegó (a Whittlesey) una propuesta de rendición por parte de los alemanes, la cual fue despachada como merecía (se entiende que él la rechazó).

Los hombres de estas unidades, durante los cinco días de aislamiento, ofreció continuamente la prueba incuestionable de un heroísmo extraordinario y demostró la gran fortaleza e ideales del Ejército de los Estados Unidos”.

Tras meditar las palabras de su general, me gustaría citar algunas curiosidades sobre la 77ª División de Infantería y del propio Comandante Whittlesey.

 

Emblema de la 77ª División de Infantería.

 

Esta división recibió el sobrenombre de “Metropolitana”, pues gran mayoría de sus integrantes procedían de Nueva York. Un aglomerado de soldados de distintos orígenes étnicos. Fuentes consultadas aseguran que los hombres de esta división hablaban, además del inglés, más de 40 idiomas o dialectos distintos. Hay que tener en cuenta que, Estados Unidos, y en especial Nueva York, fueron receptores de grandes flujos migratorios antes de la Primera Guerra Mundial.

Algo que hizo especial a esta división fue su composición humana tan variopinta, pero que dentro de esa disparidad de orígenes, compartían una característica común. La gran mayoría no eran militares profesionales, eran reclutas, y de hecho fue la primera división norteamericana en ser conformada a base de reclutas.

¿Por qué se llama “El Batallón Perdido” al contingente comandado por Whittlesey en aquella acción? Tal vez, hasta la fecha, se haya hecho por el número de integrantes de la unidad en sí, unos 550 hombres, más o menos el correspondiente a un batallón norteamericano de la época (por supuesto que sin contar con todos sus efectivos reales ni unidades de apoyo). Pero esta concepción es totalmente errónea. Si el lector ha reparado bien en los datos más técnicos de este artículo, habrá podido distinguir que Whittlesey comandó entre ocho y nueve compañías, es decir, sobre el papel, una fuerza superior a la que conforma un batallón, como bien podría ser el caso de un regimiento (integrado hasta por tres batallones, cada uno de ellos con hasta 3 compañías).

 

Soldados norteamericanos ocupan una trinchera alemana.

 

¿Y por qué se le denominó “perdido”? Algún texto redactado por veteranos de la contienda nunca admitieron ese calificativo, pues aseguran que, en todo momento, ellos mismos sabían el lugar donde se encontraban luchando contra los alemanes. Al menos, un poco de humor sí que le restó en su interior a varios de los supervivientes de aquella carnicería.

¿Qué fue de su comandante? Tras sus acciones en el bosque de Argonne fue ascendido al grado de Teniente Coronel. El 29 de Octubre se le apartó de la línea del frente y regresó a los Estados Unidos, apenas unos días después, el 11 de Noviembre, concluiría la Gran Guerra. El 5 de Diciembre del mismo año fue licenciado con honores del Ejército de los Estados Unidos y, con posterioridad, fue condecorado con la Medalla de Honor (al igual que otros hombres que participaron en el cerco de Argonne), el más alto reconocimiento otorgado por la citada institución castrense. A partir de ahí, puede decirse que comenzó una existencia tortuosa que, pese a retornar a su actividad como hombre de leyes en 1919, le llevó a experimentar con el dolor padecido por él y sus hombres en Argonne. Ayudó en la Cruz Roja de Nueva York debido a sus valores y principios, cargado de humildad y un acusado sentido del deber para con los más necesitados.

 

Whittlesey recibe una condecoración.

 

Un par de años después, a finales de Noviembre de 1921, subió a un barco e inició un viaje en el que, antes de partir, nadie imaginaba el misterioso desenlace. Testigos aseguran que, el 26 de Noviembre, tras varias horas consumiendo bebidas alcohólicas, ante la atónita mirada de los mismos, se arrojó por la borda. Sus parientes y amigos más próximos desconocían sus intenciones de viajar, y mucho menos sus planes de suicidio. ¿Qué le condujo a tomar la terrible determinación de terminar con su vida? Aquí se abre un extenso debate entre historiadores y aficionados a la Historia. ¿No supo readaptarse a la vida civil? ¿Pudo la circunstancia de haberse convertido en un héroe nacional, estado que pareció no asimilar jamás, conducirle a un estado de profunda depresión? ¿Pudo ser el sufrimiento padecido y atestiguado en aquel lejano bosque de Argonne lo que consumió por dentro a Whittlesey? ¿Fue la pérdida de tantos subordinados y compañeros de armas lo que le condujo al suicidio? Nunca, nadie, conocerá lo que pasó por su mente. Una vez más se demuestra que las guerras, más allá de la primera línea de combate, también causan estragos en el tiempo y en la distancia.

¿Qué fue de su Colt M1911? Esta es una pregunta que puede invadir a cualquier lector cuando profundiza en una figura histórica como fue el caso de Whittlesey. Es sabido que muchos oficiales, al terminar la guerra, regresaron a sus lugares de origen con sus armas personales. La gran mayoría de los soldados no corrieron tanta suerte, pues el Ejército correspondiente reclamó para sí las armas empleadas, aunque siempre se han dado casos, y se darán, de que algunas armas capturadas al enemigo, o encontradas en el campo de batalla, decoraron, y aún decoran, alguna que otra estantería particular. Su M1911, al igual que la de otros tantos oficiales, tal vez regresase a los Estados Unidos con su propietario. Pero, tal vez no, tal vez se quedase en suelo francés para la eternidad, enterrada en algún lugar desconocido o en el fondo de uno de tantos cráteres ocasionados por las bombas.

 

Comparativa de la M1911 (arriba) y la M1911A1 (debajo).

 

Lo que sí es cierto que es que la “hermana mayor” de la pistola M1911 regresó a Europa para combatir en la Segunda Guerra Mundial. En esta ocasión lo hizo con el nombre de M1911A1, pues el modelo que luchó en la Gran Guerra fue retocado desde entonces en algunos aspectos para mejorar sus prestaciones. Cuestiones relativas al seguro, al gatillo, la mira y algún aspecto ergonómico tal vez sean los aspectos más visuales que se pueden apreciar a primera vista. En términos funcionales, las partes internas apenas sufrieron cambios significantes, pues la M1911 se había revelado como un arma más que fiable durante la Primera Guerra Mundial y, en lo sucesivo, seguiría siendo una pistola de dotación en el Ejército de los Estados Unidos… No únicamente en la Segunda Guerra Mundial, sino más allá, hasta comienzos de la década de los años 90.

 

Una última reflexión.

 

Cabe citar, llegados al tramo final de este artículo-relato, que también los alemanes demostraron un coraje excepcional a la hora de mantener la posición en el bosque de Argonne durante tanto tiempo. El Alto Mando germano sabía que si aquel punto caía en manos enemigas, tal vez el frente en los alrededores de Verdún se derrumbaría por completo. La Historia ha demostrado que, pese a la brutalidad de la lucha en el bosque de Argonne, aquel episodio fue uno de tantos sacrificios extremos, por parte de unos y otros, que se produjeron en la recta final de la Primera Guerra Mundial… Una contienda que agonizaba y que, años después, vería como otra guerra sin parangón volvería a asolar Europa, pero también el mundo entero.

 

Monumento conmemorativo dedicado a la memoria del “Batallón perdido”.

 

Hoy, en el año 2018, ¿ha aprendido el ser humano alguna de las lecciones que nos legó aquella contienda denominada entonces Gran Guerra, la guerra que iba a poner fin a todas las guerras?

Estimado lector, ahora dejo en sus manos la reflexión para que medite acerca de lo acontecido en aquel bosque de Argonne, pero también sobre lo tratado acerca del sacrificio humano desinteresado, entre camaradas, entre hombres que dependen unos de otros cuando la situación se vuelve extrema a su alrededor.

Hoy, en el año 2018… ¿Habremos aprendido algo de todas esas lecciones?

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Daniel Ortega del Pozo

www.danielortegaescritor.com

 

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Un artículo de nuestro bloguero invitado: Daniel Ortega del Pozo.

 

 

 

 

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